En un artículo publicado el pasado año 2013 ofrecí una larga
explicación de la controversia sobre la datación o antigüedad de la Gran
Esfinge de Guiza, enfrentando la visión convencional de la egiptología
(defendida, entre otros, por el eminente egiptólogo Mark Lehner) y la visión
alternativa de John Anthony West y Robert Schoch, que se dio a conocer en 1991.
Para no repetirme y extenderme innecesariamente, sólo recordaré que la
egiptología data el monumento hacia el 2.500 a. C. en función del conjunto
funerario del faraón Khafre y de diversos restos arqueológicos[1].
Por su parte, el geólogo Robert Schoch –a la vista del tipo de erosión que
presentaba tanto el monumento como el recinto en que se halla– concluía que tal
erosión se debía principalmente al efecto de continuas y fuertes
precipitaciones, lo cual retrasaba la fecha de construcción de esta gran
estatua en unos pocos miles de años (como mínimo), dado que entonces sí se daba
un clima húmedo y lluvioso en la zona, mientras que en la época dinástica el
clima era ya bastante árido, prácticamente idéntico al actual.
A su vez, otro conocido autor alternativo, Robert Bauval,
apoyó de alguna manera la teoría de una mayor antigüedad para la Esfinge, pero
no a partir de datos geológicos, sino mediante ciertas observaciones del ámbito
de la arqueoastronomía. Básicamente lo que sugería Bauval es que la Esfinge era
una especie de marcador astronómico del llamado Zep Tepi (o “Tiempo primero”
de los antiguos egipcios), una época que debería fijarse alrededor del 10500 a.
C., en la cual el rostro de la Esfinge habría estado orientado directamente a la constelación
de Leo. No obstante, dejaremos aquí esta argumentación –muy criticada en el
entorno académico– para volver al rocoso terreno de la geología.
Situados en este contexto, harto conocido en el ámbito de la
arqueología alternativa, hace unos pocos años dos geólogos ucranianos lanzaron
una nueva propuesta de datación del todo provocativa; tan provocativa, de
hecho, que hubiera valido la penar ver las caras de sorpresa que pusieron tanto
Lehner como Schoch[2] al
conocerla.
Esta revolucionaria interpretación fue hecha pública en
forma de ponencia en la Conferencia Internacional sobre Geoarqueología y
Arqueomineralogía celebrada en Sofía (Bulgaria) en 2008, con el título en
inglés de Geological aspect of the problem of dating the
Great Egyptian Sphinx construction (“Aspecto geológico de
la datación de la construcción de la Gran Esfinge egipcia”). Los autores de
este trabajo son los científicos Vjacheslav I. Manichev
(Instituto de Geoquímica ambiental de la Academia Nacional de Ciencias de
Ucrania) y Alexander G. Parkhomenko (Instituto de Geografía de la Academia
Nacional de Ciencias de Ucrania).
El punto de partida de estos dos expertos se sitúa
en el cambio de paradigma iniciado por West y Schoch, que pretendía superar la
visión ortodoxa de la egiptología aludiendo, por un lado, al posible origen
remoto de la civilización egipcia[3]
y, por otro, a la prueba física de la erosión por agua. Y así, al inicio de su
argumentación encontramos un firme alegato a favor de una datación basada en
fundamentos geológicos pero también una muy infrecuente alusión (por lo menos
para un científico ortodoxo) a Helena Petrovna Blavatsky, promotora de la
llamada Teosofía. Según estos geólogos, se había de tener en cuenta que
esta autora, gran referente de una cierta historia de la Humanidad en clave esotérica
u ocultista, había afirmado que la construcción de la Gran Esfinge debía
datarse en una época muy anterior a la raza actual de hombres, por lo menos en
más de 750.000 años. Así pues, los autores dedican el contenido del artículo a
aportar un compendio de pruebas de carácter geológico que de alguna manera
podría corroborar esta extraña proposición procedente del mundo esotérico.
Pero vayamos al núcleo de la cuestión. Las
observaciones de Manichev y Parkhomenko se centran en el aspecto muy deteriorado
que presenta el cuerpo de la Esfinge, dejando de lado los rasgos erosivos del
recinto o cubeta en que se ubica el monumento, los cuales sí habían sido objeto de estudio por
parte de Schoch. Así, los geólogos ucranianos se fijan especialmente en el
relieve ondulado que presenta la Esfinge en forma de salientes y oquedades. La
explicación ortodoxa para esta acusada característica se basa en el supuesto
efecto abrasivo del viento y la arena. Concretamente, las ondulaciones se
deberían a que las capas de roca más duras soportarían mejor la acción erosiva
y se convertirían en salientes, mientras que las capas más blandas habrían
resultado más afectadas, formando huecos. Sin embargo, como apuntan Manichev y
Parkhomenko, este argumento no explica por qué la parte frontal de la cabeza de
la Esfinge carece de tales características[4].
Con respecto a la tesis de las fuertes lluvias
formulada por Schoch, los autores apenas le conceden unas pocas líneas,
reconociendo que hacia el 13.000 a. C. se dio un periodo de alta humedad y
precipitaciones. No obstante, insisten en que los efectos erosivos sobre la
Esfinge deben remontarse a una época mucho más antigua. Pero... ¿sobre qué
indicios o pruebas? Esto es lo que vamos a abordar seguidamente.
Lo que Manichev y Parkhomenko argumentan es que
las zonas montañosas y litorales del Cáucaso y Crimea, que ellos conocen bien,
presentan un tipo de erosión eólica que morfológicamente difiere en mucho de la
erosión apreciada en la Esfinge. Básicamente, alegan que tal erosión eólica
tiene un carácter muy suave, independientemente de la composición geológica de
las rocas. En cambio, su investigación previa sobre cierto tipo de erosión en
las áreas costeras les había llamado la atención por cuanto podía tener una
conexión con lo que se puede advertir en el cuerpo de la Esfinge.
Así pues, estos geólogos proponen un nuevo
mecanismo natural que puede explicar las ondulaciones de la Esfinge. Este
mecanismo no es ni más ni menos que el impacto de las olas sobre las rocas de
la costa. En concreto, esta acción acuática produce –a lo largo de cientos o
miles de años– la formación de una o varias capas de ondulaciones, hecho que es
bien visible, por ejemplo, en las costas del Mar Negro. Este proceso, que actúa
de forma horizontal (esto es, cuando las olas golpean la roca a la altura de la
superficie), va produciendo un desgaste o disolución de la roca, ya sean aguas
dulces o saladas. Además, estos acantilados “ondulados” permiten apreciar los
diversos niveles de la costa a lo largo de largos periodos de tiempo, siendo la
oquedad superior la que muestra el mayor nivel alcanzado por las aguas.
El caso es que la observación de estas oquedades
en la Gran Esfinge les hizo pensar que tal vez este gran monumento habría sido
afectado por este proceso en un contexto de inmersión en grandes masas de agua,
y no en las regulares inundaciones del Nilo, que no habrían jugado ningún papel
destacado. Acto seguido, Manichev y Parkhomenko apuntan a que la composición
geológica del cuerpo de la Esfinge es una secuencia de estratos o capas de
piedra caliza con pequeñas capas intermedias de arcillas, y que una erosión
abrasiva por arena y viento hubiera afectado de manera uniforme al monumento
siguiendo las diferentes capas geológicas, pero lo cierto es que las oquedades
se presentan dentro de diferentes estratos o bien sólo afectan a una parte de
un estrato homogéneo.
A partir de este punto, los geólogos consideran
que la Esfinge tuvo que estar sumergida durante muchísimo tiempo bajo las aguas
y para sustentar esta hipótesis echan mano de la literatura existente acerca de
los estudios geológicos realizados en la meseta de Guiza. Según estos estudios,
al final del periodo geológico del Plioceno (entre 5,2 y 1,6 millones de años)
las aguas marinas penetraron en el valle del Nilo inundándolo progresivamente y
creando en la zona de Guiza grandes depósitos lacustres. De este modo, como se
puede observar en la oquedad más alta que presenta la Esfinge, la cota superior
a la que habrían llegado las aguas sería de unos 160 metros por encima del
nivel actual del Mar Mediterráneo[5].
A continuación, Manichev y Parkhomenko, basándose
en un trabajo de 1963 del profesor ruso F. Tseiner que identifica las
diferentes fases o niveles de las aguas en el Mediterráneo durante el
Pleistoceno (entre 1,6 y 0,01 millones de años), toman la altura de la oquedad
superior apreciable en la Esfinge y la relacionan con el nivel de la fase Calabriense[6],
que correspondería –según Tseiner– a una antigüedad de unos 800.000 años. Posteriormente, afirman los autores, una
vez superada la etapa de inmersión lacustre, otros procesos naturales habrían
deteriorado más el monumento, en particular la acción abrasiva de la arena, que
habría suavizado las formas en los salientes y oquedades.
En definitiva, ¿qué
tenemos? En primer lugar, un nuevo golpe a la teoría convencional del deterioro
a causa exclusivamente del viento y la arena, que de todas formas ya había sido
fuertemente criticada por West y Schoch, que recordaron que durante muchísimos
siglos el cuerpo de la Esfinge estuvo sepultado por las arenas del desierto,
con lo cual poco efecto podría haber tenido la erosión eólica. Sin embargo,
donde Schoch veía claramente la acción de los regueros de agua a causa de las
continuas lluvias, los geólogos ucranianos ven el efecto de la erosión producida
por el contacto directo de las aguas de los lagos formados en el Pleistoceno
sobre el cuerpo de la Esfinge. Y todavía tendríamos una visión intermedia, la
de Robert Temple, que también alude al efecto de las aguas, pero esta vez en
forma del supuesto foso o estanque artificial que rodearía el monumento, cuyo
drenaje regular habría provocado los efectos erosivos ya citados.
¿Y quién tiene
razón? Sin ser expertos en cuestiones geológicas, se hace complicado emitir un
juicio equilibrado, más si cabe viendo que los propios profesionales no se
ponen de acuerdo sobre observaciones supuestamente objetivas. Además, cabría
recordar, para añadir más leña al fuego, que el también geólogo K. Lal Gauri,
colaborador de Lehner, apreció otros factores erosivos –de tipo químico– como
la exfoliación o la lluvia ácida. Al final, cada facción parece recurrir a sólidos argumentos y en este caso, para no
ser menos, los geólogos ucranianos han tomado referencias contrastadas de los
estudios geológicos de la meseta de Guiza y de otras fuentes. Ahora bien, desde
el punto de vista arqueológico, la teoría de Manichev y Parkhomenko se muestra muy extrema por cuanto coloca un
gran monumento en una era donde ni siquiera había Homo sapiens, sobre el
planeta, de acuerdo con los patrones evolucionistas actualmente
aceptados.
Pero hay más.
Recordemos que –según se ha demostrado– los dos templos megalíticos adyacentes
a la Esfinge fueron construidos con la piedra extraída de la cubeta de ésta. En
otras palabras, cualquier propuesta de datación de la Esfinge arrastra
directamente a estos dos destacados monumentos a la misma época. O sea, ¿qué
civilización pudo realizar tales construcciones hace 800.000 años? Si ya para
la Egiptología era todo un despropósito situar la Gran Esfinge hacia el 10.000
a. C. –por que no había “civilización” en tal época en ningún lugar de la
Tierra– hablar de humanos civilizados en el Pleistoceno ya debe ser el “no va
más”. Claro está que, para la teosofía, esto no sería ningún disparate, pues en
aquella época existiría una raza humana más evolucionada que la actual...
Sea como fuere,
antes de cerrar esta nueva –y muy atrevida– intrusión de la geología en el ámbito
arqueológico sería oportuno señalar que el tema de los antiguos monumentos egipcios afectados por
una gran inundación no es una propuesta nueva. Por un lado, tenemos las
referencias de los cronistas árabes que hablan directamente de un Diluvio que
afectó a las pirámides. Así, Ibn Afir, citado por Al-Maqrizi[7],
dice textualmente:
«Las huellas del Diluvio y del nivel alcanzado por las aguas se distinguen todavía hacia la mitad de la altura de las pirámides, pues no pasaron de ese límite. Dicen que cuando las aguas del Diluvio se retiraron, encontraron solamente el pueblo de Nehauend [...], las pirámides y los templos de Egipto.»
No hace falta decir
que tales afirmaciones no son tomadas seriamente por los académicos, al
considerarlas como parte de las muchas leyendas surgidas con el paso de los
siglos y que los árabes recogieron en la Edad Media sin ningún tipo de ánimo
historicista. Pero por otro lado, existen otras opiniones y observaciones
modernas que de algún modo podrían apoyar indirectamente la propuesta de Manichev y Parkhomenko, si bien la gran cuestión por aclarar seguirá siendo –obviamente– determinar en
qué periodo concreto tuvo lugar dicha inundación parcial o total de la meseta.
A este respecto, el
investigador independiente egipcio Sherif el-Morsi, tras estudiar la meseta de
Guiza durante 12 años, escribió un artículo[8]
en el que sostenía que existe una clara prueba de erosión por agua en las
partes más bajas de la necrópolis, pero no por fuertes lluvias, sino por una gran
inundación que situó el nivel de las aguas a 75 metros por encima del actual
nivel del mar. Para el-Morsi no hay duda de que la inundación cubrió varios
monumentos de la meseta, según ha podido observar en el templo de la Esfinge,
los restos del templo de Menkaure, los fosos de las barcas solares y al menos
20 hiladas de la Gran Pirámide.
Para el
investigador egipcio, la acción de las aguas, su paulatina retirada y la
erosión sufrida por las piedras una vez expuestas a la intemperie han dejado
huellas físicas inequívocas, sobre todo apreciables en los enormes bloques
megalíticos de caliza de los templos ya citados. Para no extendernos en
detalles técnicos, diremos que el-Morsi advierte un fuerte desgaste de los
bloques por saturación de agua; luego, al retirarse las aguas, se acumularon
sedimentos y se formaron típicos taffoni, unos pequeños huecos
redondeados en la piedra producidos por una reacción química salina que
erosiona la superficie de ésta[9].
Además, alude al aspecto tan corroído de algunos bloques, hasta presentar
formas grotescas, lo que sería el testimonio irrefutable de la acción de la
fuerza de las aguas (mareas, oleajes, rocío de la espuma marina, turbulencias...),
a lo que habría que sumar la habitación de organismos acuáticos.
Y precisamente para
rematar su tesis, el-Morsi destaca como prueba definitiva de la inundación en
relación con los monumentos el hallazgo que él mismo hizo sobre la superficie
de un desgastado bloque megalítico. Allí identificó un fósil de erizo de mar –o
sea, su exoesqueleto petrificado– prácticamente entero. A esto cabe decir que
los escépticos han refutado este fósil como “moderno”, al considerarlo parte
integrante de la propia roca calcárea formada hace unos 30 millones de años,
que luego fue trabajada y convertida en bloque. Esto es, el erizo simplemente
habría quedado expuesto por la erosión y en modo alguno sería un añadido
“reciente”. No obstante, el-Morsi sigue creyendo que el fósil no tiene un
origen tan remoto, pues estaba asentado en una posición horizontal “natural”
sobre el bloque y mostraba un notable estado de conservación, tanto en su
tamaño como en sus detalles, a diferencia de los minúsculos fragmentos de fósil
que suelen hallarse en las formaciones calcáreas.
En resumidas
cuentas, sigue la polémica geológica. Schoch ya había apreciado erosión por
agua no sólo en la Esfinge, sino también en sus templos contiguos. A su vez, Manichev y Parkhomenko afirman que la Gran Esfinge habría estado
parcialmente sumergida en las aguas que cubrían Guiza en el Pleistoceno, según
el típico patrón de erosión acuática en forma de salientes y oquedades. Y
finalmente el-Morsi nos habla de una gran inundación que cubrió buena parte de
la meseta de Guiza, tal como se observa en el deteriorado aspecto de muchos bloques
de los antiguos monumentos. De todas formas, el experto egipcio no se atreve a
poner una fecha a tal inundación[10].
Así pues, la pregunta final sería: ¿En qué momento
de la Prehistoria se habría producido la inundación que habría afectado a
ciertas obras humanas? ¿Se trata del testimonio del Gran Diluvio que
supuestamente tuvo lugar al final de la última Edad del Hielo, hace unos 12.000
años? ¿O estamos hablando de unas remotísimas inundaciones que los geólogos
ucranianos sitúan en el distante Pleistoceno, hace 800.000 años? ¿O nada de
esto tiene sentido? La datación de unos emblemáticos monumentos de la
Antigüedad podría depender de una respuesta certera a esta cuestión.
© Xavier Bartlett 2014
Crédito imágenes de Guiza: Estela García (primera) y Luis Palacios (el resto)
Crédito imagen de fósil: Sherif el-Morsi, del sitio web www.gizaforhumanity.org
[1] No obstante,
algunos grandes nombres de la egiptología de hace un siglo, como Wallis Budge o
Flinders Petrie, consideraban que la Esfinge debía ser de una época muy
anterior a Khafre.
[2]
Me consta que al menos Schoch sí la conoce, como
se aprecia en un artículo suyo titulado Searching
for the Dawn and Demise of Ancient Civilisation (en la revista New Dawn, n.º especial 8, junio de
2009). En este trabajo Schoch la cita
brevemente y la desestima sin apenas comentarios.
[3] West
defiende que –según los propios antiguos egipcios– los orígenes de
esta civilización se debían remontar a más de 20.000 años atrás. La
egiptología, a su vez, considera que tal referencia es pura mitología, no
sustentada por datos arqueológicos.
[4] Lógicamente,
detrás de este comentario transpira la visión compartida por muchos autores
alternativos de que la cabeza de la Esfinge fue re-esculpida en un momento
indefinido posterior a la realización de la escultura original, dadas las
diferencias en aspecto y sobre todo en proporción entre la cabeza y el resto
del cuerpo.
[5] Hoy en día
la meseta de Guiza se encuentra a 149 metros de altitud sobre el nivel del mar.
[6] Esta etapa,
segunda edad del Pleistoceno, se extiende desde los 1,806 hasta los 0,781
millones de años.
[7] Cita tomada
de: Pochan, A. El enigma de la
Gran Pirámide. Plaza & Janés. Barcelona, 1976.
[8] Este
artículo, fechado en 2010, está disponible en:
http://www.gizaforhumanity.org/report-from-mr-sherif-el-morsi/
[9] Esta es la
explicación que ofrece El-Morsi, pero consultando otras fuentes no parece que
estén del todo claros los agentes geológicos que originan los taffoni, si
bien la acción conjunta de la humedad y las sales se muestra como un factor
determinante.
[10] Dada la
audacia de esta propuesta, en su día me puse en contacto con el egiptólogo
Nacho Ares para pedir su opinión al respecto. Ares no le dio ninguna veracidad,
reiterando que, en efecto, la meseta había estado inundada, pero hace millones
de años, y que el fósil sin duda pertenecía a esa época.
2 comentarios:
Hola, me gustaría saber su opinión a raíz de este tema (personalmente creo que la esfinge era un enorme león), sobre la teoría de: "Tectónica de expansión", sobre si la tierra crece y si su radio a aumentado en los últimos millones de años, esto explicaría el enorme tamaño de por ejemplo, los dinosaurios, y también daría validez a los escritos de Blavatsky en los que afirma que existieron otras razas de humanos más grandes en tamaño y virtud.
Apreciado Vicente,
Sí, tengo conocimiento de esta teoría y podría ser una explicación física para esos seres de gran tamaño, en función de una gravedad mucho menor. Sin embargo, no tengo los conocimientos científicos adecuados para poder valorar esta cuestión en su justa medida.
Saludos,
X.
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