viernes, 20 de septiembre de 2013

Zecharia Sitchin y los dioses Anunnaki



Podríamos decir sin exageración que Zecharia Sitchin constituye, junto con Erich Von Däniken e Immanuel Velikovsky, la gran tríada de adalides de la arqueología alternativa del siglo XX. Zecharia Sitchin (1920-2010) fue sin duda un personaje de fuerte carácter y firmes convicciones, que abrazó el catastrofismo velikovskiano por un lado y la teoría del antiguo astronauta de Däniken para construir un edificio téorico típicamente intervencionista (esto es, los extraterrestres crearon el género humano) con un estilo entre erudito y populista que no sólo conectó con una gran cantidad de lectores en todo el mundo sino que generó toda una corte de nuevos autores internacionales que han seguido sus investigaciones (Alford, Pye, Freer, Tellinger, Martell, etc.).


Sitchin era un judío nacido en Rusia, que creció en Palestina, y que finalmente se estableció en los EE UU. De joven adquirió un sólido conocimiento de las lenguas semíticas, si bien en sus estudios superiores –realizados en Londres– se decantó por la Historia Económica. Más tarde trabajó como periodista y editor durante muchos años en Israel hasta llegar a su etapa de investigador y autor de best-sellers.



El origen de su vocación alternativa se sitúa en su interés personal, desde su misma niñez, por la figura mítica de unos personajes llamados Nefilim, que vendrían a ser unos gigantes citados en el Génesis bíblico en calidad de “hijos de los dioses que se unieron a las hijas de los hombres”. Sitchin, como buen conocedor de las lenguas semíticas, consideraba que tal traducción era incorrecta y que en realidad los Nefilim eran “aquellos que descendieron a la Tierra desde los cielos”. Con este punto de partida, Sitchin empezó a interesarse por estos seres, y fue entonces cuando sus averiguaciones en el campo arqueológico y mitológico fueron a mezclarse con las recientes teorías sobre dioses-astronautas en la Antigüedad.



De este modo, Sitchin llegó a la conclusión de que los Nefilim bíblicos eran los mismos seres que la mitología sumeria llamaba “Anunnaki” (y de hecho la mitología bíblica bebió abundantemente en las fuentes de la mitología sumeria y acadia). Estos Anunnaki eran los dioses de los sumerios que habían otorgado la civilización a los hombres, lo cual encajaba bastante bien con la teoría del antiguo astronauta. Lo que vino después ya es lo que podemos llamar la literatura Sitchin: una extensa colección de libros titulada “Crónicas de la Tierra”, traducida a varios idiomas, en la cual Sitchin fue desgranando todos los entresijos de esta intervención divina (léase alienígena) en los asuntos humanos.



Su primer libro, y sin duda el más destacado, fue “El 12º planeta” (1976), que se tradujo a muchos idiomas y resultó un gran éxito de ventas. En esta obra, Sitchin ponía las bases de su teoría, que pasamos a resumir a continuación. Según este autor, los Anunnaki, que procedían de un lejano planeta llamado Nibiru, enseñaron a los sumerios todo cuanto sabían, incluidos sus altos conocimientos astronómicos. Lo que quedaba por dilucidar era qué planeta podía ser Nibiru. Para Sitchin, no podía tratarse de ningún planeta del Sistema Solar, sino un planeta exterior al sistema, que sería en efecto el “12º planeta” (los sumerios contaban a la luna y el sol como planetas). Nibiru tendría una inmensa órbita alrededor del Sol y así periódicamente (cada 3.600 años) “visitaría” el sistema para cruzarse con el resto de planetas.



En este campo, Sitchin construyó su catastrofismo particular al estilo de Velikovsky (eso sí, con un argumento distinto), que recuperaba la mitología creacionista sumeria –el Enuma Elish– para explicar que las batallas entre dioses fueron en realidad movimientos y choques entre astros, lo que dio como resultado la configuración actual del Sistema Solar. En concreto, Sitchin proponía que la colisión entre dos grandes planetas, Tiamat y Marduk (Nibiru), habría provocado nada menos que el nacimiento de Marte, de la Tierra, y del cinturón de asteroides



Obviamente, eso no era todo. Sitchin afirmaba que los Anunnaki eran unos astronautas con grandes capacidades científicas y técnicas, y que habían venido a la Tierra –concretamente hace unos 450.000 años– en busca de recursos naturales (muy especialmente oro) para regenerar su planeta de origen. Entonces, transformando los relatos mitológicos sumerios en textos históricos, Sitchin sacó de la chistera una historia sorprendente: la evolución del ser humano sería falsa en su última etapa. No fueron factores naturales los que condujeron a la aparición del Homo sapiens, sino una intervención inteligente, a través de ingeniería genética.



Para sostener esta propuesta, Sitchin tomó de forma literal el relato acerca de las tribulaciones de los dioses. Así, cuando los Igigi (que serían colonos trabajadores en las minas) se rebelaron contra el poder del dios Enlil (el “jefe de la misión”) a causa de las duras condiciones de trabajo, se produjo una grave situación de conflicto que el gran dios Anu (el “jefe supremo”) sólo pudo solucionar ofreciendo una alternativa a los rebeldes: el dios Enki (el “jefe científico”) crearía un ser híbrido (un lu.lu o trabajador primitivo) para llevar a cabo los duros trabajos, a partir de una criatura simiesca terrestre (supuestamente un Homo erectus) y de la propia sangre Anunnaki. Así pues, lo que se hizo fue mezclar el material genético de los Anunnaki con los del Homo erectus para obtener un hibrído de aspecto (“imagen”) y mente (“semejanza”) similar a los Anunnaki. Esta ingeniería genética habría quedado plasmada en el uso de la palabra kisir –tradicionalmente traducida como “esencia” o “concentración”– pero que a juicio del autor se debería traducir como “gen”.



Según Sitchin, este experimento genético tuvo algunos problemas, pues los primeros prototipos no resultaron muy existosos, hasta que por fin se halló el modelo ideal, que fue bautizado como Adamu o Adapa (el Adán bíblico). A continuación se pasó a la producción “en serie” de este ser, que en tanto que híbrido era estéril. Posteriormente, siguiendo el relato de la Biblia, este ser que habría ocupado un territorio idílico en Mesopotamia (¿el jardín del Edén?) fue tentado a probar la fruta del árbol del conocimiento por la serpiente, lo que se tradujo en la expulsión del Paraíso por parte de la divinidad. Para Zecharia Sitchin, el episodio escondía la intervención de Enki (nahash, la serpiente, significa también “descubrir”) que habría ofrecido, a través de una nueva intervención biológica, la posibilidad de reproducción a los hombres y mujeres terrestres.



Más tarde vendría el episodio, real en su opinión, del Diluvio Universal, de Noé (o Utnapishtim en versión sumeria) y del gobierno de los reyes-dioses sobre la Tierra, que legaron su civilización al ser humano antes de partir, no sin antes involucrarse en terribles conflictos, como relata en su libro “Las guerras de los dioses y los hombres”, que incluirían terribles destrucciones atómicas, como la devastación de Sodoma y Gomorra. Y en fin, Sitchin siguió escribiendo libros e impartiendo conferencias casi hasta sus últimos días para apuntalar sus propuestas, siempre afirmando que él trabajaba de forma metódica y rigurosa, como un verdadero científico, a partir de fuentes (principalmente tablillas escritas en cuneiforme) perfectamente conocidas e identificadas.



Si ahora entramos en el terreno crítico, podemos decir que Sitchin fue siempre muy fustigado por la ciencia académica, por cuanto, a diferencia de Von Däniken (que se consideraba a sí mismo un amateur y sus barbaridades eran pues más disculpables), Sitchin se presentaba como un auténtico erudito. Lo primero que hay que resaltar es que el autor rusoamericano ha sido atacado precisamente por su supuesta falta de erudición. Se ha dicho que no tiene estudios oficiales de filología y que sus traducciones libres son del todo erróneas y manipuladas para cuadrar con sus tesis. Por supuesto, sus críticos también han dejado claro que una lectura literal y técnica de los textos sumerios es un enorme despropósito. Y no faltan los que señalan que Sitchin toma, oculta o modifica datos de origen académico (especialmente las obras de Kramer) según le conviene para cuadrar su teoría. Así, por ejemplo, el número de grandes dioses (o gran consejo Anunnaki) –que Sitchin estimaba en el número místico doce– sería en realidad de siete; la cifra de doce era fruto del añadido arbitrario de algunos hijos de los dioses Enki y Enlil.



Así pues, Sitchin se quedó prácticamente solo en su particular interpretación. Los lingüistas le echaron en cara la traducción distorsionada de muchas palabras; por ejemplo, destaca el caso de shem, que vendría a ser “cohete” o “aeronave” en versión de Sitchin, cuando la versión tradicional es “nombre”, “reputación” o “monumento”. A este respecto, algunos críticos le recordaban que la tecnología Anunnaki se parecía demasiado a nuestra actual tecnología aerospacial, sin que haya motivo para tal similitud. Otros tampoco entienden que una sociedad tan superavanzada cometa supuestas chapuzas genéticas o recurra a la fuerza humana para la extracción minera.



Sobre el tema intervencionista, poco se puede decir, pues el paradigma evolucionista ni se molesta en contestar este tipo de afirmaciones, por calificarlas de totalmente acientíficas. En el terreno astronómico, Sitchin también ha recibido fuertes varapalos, pues se han invalidado sus interpretaciones de la astronomía sumeria (sobre todo a partir de un sello acadio), así como su escenario catastrofista, por diversas imposibilidades físicas, que no entro a valorar por mi falta de competencia en este ámbito. En todo caso, la crítica más fuerte se ha centrado en el invento de Nibiru, planeta sobre el que se ha especulado mucho (y se llegó a relacionar con la famosa fecha del 21 de diciembre de 2012), pero que a día de hoy no tiene ninguna confirmación científica.


En fin, dejando de lado sus posibles aciertos, fallos, manipulaciones o especulaciones, no cabe duda de que Sitchin creó fuertes corrientes de pensamiento en el campo alternativo, a la vez que levantó un impresionante negocio Sitchin (como se puede apreciar en su sitio web: www.sitchin.com) que todavía persiste depués de su fallecimiento. Por cierto, sobre este punto hay que citar una desagradable anécdota en la que se vio involucrado uno de sus seguidores más fieles, Alan Alford. Este autor inglés, que escribió un best-seller en la más pura línea Sitchin (“Gods of the New Millenium”), luego se retractó y empezó a criticar en público las visiones de Sitchin. Entonces, para su sorpresa, recibió una notificación de su antiguo maestro, en que le conminaba a abandonar tales comentarios, y le amenzaba con ponerle un demanda judicial por causarle un potencial gran perjuicio económico. Sin comentarios.


© Xavier Bartlett 2013

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