jueves, 12 de mayo de 2016

El despropósito de los “vehículos modernos” de Abydos


En mi libro “La historia imperfecta” ya dediqué un extenso capítulo al polémico tema de los llamados ooparts[1], que ha sido unos de los principales arietes empleados por los investigadores alternativos para arremeter contra el actual paradigma en historia y arqueología. Y lo cierto, según apuntaba en mis reflexiones, es que, con el tiempo, el tema –en vez de esclarecerse– parece haber sucumbido al más puro maniqueísmo, con dos extremos muy marcados: por un lado, la negación y el rechazo completo por parte del estamento académico y, por otro, la aceptación prácticamente incondicional de los autores y seguidores de la arqueología alternativa. Pero la realidad no es ni blanca ni negra, pues en muchos casos no es posible emitir un veredicto claro y definitivo sobre la naturaleza del objeto, ello por no hablar de los errores, confusiones o los simples fraudes.

Sea como fuere, tras el somero estudio de algunos de los ooparts más famosos (por lo menos en los libros del género y en Internet) llegué a la conclusión de que hay un cierto porcentaje de artefactos que podría tener una explicación razonable dentro del paradigma, otro significativo porcentaje que ofrece múltiples dudas y finalmente un grupo que parece eludir cualquier explicación lógica y que constituye genuinamente la categoría de ooparts auténticos: objetos que aparentemente están fuera de su contexto espacio-temporal, cultural, tecnológico... a falta de nuevas pruebas que puedan arrojar luz sobre su origen.

El controvertido fragmento con "vehículos modernos"
No obstante, por desgracia, y en aras del puro espectáculo o sensacionalismo, algunos autores han ido sacando a la palestra algunas “rarezas” del pasado y las han vendido al gran público como fantásticos ooparts. El resultado es que tales casos han corrido como la pólvora por el ciberespacio, donde suele haber poca crítica, contraste y ponderación, y sí mucho impacto, “humo” y difusión masiva. Entre estas rarezas que han hecho correr ríos de tinta y bytes destacaría sin duda los asombrosos vehículos o artefactos modernos que pueden verse en un friso de la primera sala hipóstila del templo de Seti I en Abydos (Egipto). Me estoy refiriendo, claro está, a la archiconocida imagen de unos objetos bautizados como “el helicóptero, el tanque y el submarino” (o avión, según otros)[2]. Y aunque el templo ya había sido descubierto y excavado a mediados del siglo XIX, nadie apreció nada raro hasta que en 1992 los autores europeos Peter Krassa y Reinhard Habeck[3] llamaron la atención sobre esas extrañas figuras, otorgándoles una  audaz interpretación totalmente ajena al contexto convencional del Antiguo Egipto.

Vamos pues a analizar este rimbombante y misterioso oopart, sobre el cual se han planteado varias hipótesis, a cuál más osada: ¿Disponían de tales vehículos los antiguos egipcios? ¿O simplemente estaban profetizando en piedra los adelantos tecnológicos del futuro? ¿O más bien estamos ante una muestra de tecnología extraterrestre dejada aquí por los dioses (léase astronautas de otros mundos)?

Vayamos por partes. Reconozco que la primera vez que contemplé tal imagen me quedé sorprendido por las aparentes formas “modernas” de los tres objetos, muy especialmente el “helicóptero”, que tenía una silueta muy similar a los helicópteros de combate[4]. Pero para ser sinceros, el llamado “tanque” es una aproximación mucho más libre a algo que recuerda vagamente a un carro de combate, con un cuerpo macizo y una breve plataforma superior o torre con cañón incluido. Por último, el tercer artefacto ya requiere de una gran dosis de imaginación para interpretarlo coherentemente. Se presenta como una forma más o menos ovoide con un timón o aleta posterior y con un claro perfil aerodinámico (o hidrodinámico), lo que ha sugerido que podría tratarse de un submarino o de una nave voladora, e incluso –rizando el rizo– podría relacionarse con algún tipo de ovni, según las clásicas tipologías de estos objetos[5].

Por lo tanto, el primer problema ya lo tenemos en la propia interpretación subjetiva que presentan estos objetos, ya que nuestros ojos contemporáneos nos hacen ver determinados artefactos modernos en unas formas difusas, lo que constituye un obvio prejuicio cognitivo. Si fuésemos realmente justos (y aún bastante generosos), sólo el perfil del helicóptero, con su cabina, rotor, palas, fuselaje y cola tendría un parecido razonable con un vehículo del mundo actual, mientras que los otros dos objetos son figuras más abiertas a otras lecturas de carácter más o menos técnico.

Templo de Seti I en Abydos
En cualquier caso, echando mano de una razonable dosis de escepticismo, me resistí a creer que los antiguos egipcios (estamos hablando de un templo del Imperio Nuevo, de la época de Seti I concretamente) se dedicaran a representar tales objetos en un templo, teniendo en cuenta que en ningún otra inscripción egipcia se había encontrado nada parecido. Uno está dispuesto a creer en un Egipto alternativo y oculto pero no a que le tomen el pelo con cosas que no cuadran por ningún sitio. Así, llegué rápidamente a la explicación dada por el arqueólogo y egiptólogo español Nacho Ares (nada sospechoso de estar cerrado a visiones heterodoxas), según la cual las extrañas formas observadas por Krassa y Habeck respondían al deterioro de unos jeroglíficos que tenían más de 3.000 años de antigüedad. Concretamente, Ares se refería a la superposición de dos textos de épocas distintas, que habían resultado mezclados al deteriorarse la capa superior, dando lugar a una peculiar distorsión de unos signos jeroglíficos bien conocidos por los egiptólogos.

Hasta ahí todo bien, y me resultó una explicación creíble y posible, sin necesidad incluso de aplicar la famosa “navaja de Occam”. Sin embargo, siempre me había quedado la duda del fundamento de esa argumentación técnica. Porque no sería la primera vez ni la segunda que el mundo académico recurre a una fácil y rápida exposición científica que desprestigia sin más la visión alternativa sin aportar datos concluyentes. De esto puedo dar fe tras haber estudiado  ciertos ooparts, que han sido despachados de mala manera por la ciencia ortodoxa con argumentos espurios, superficiales o que no vienen a cuento.

Afortunadamente, a efectos de cerrar cualquier atisbo de duda, he podido dar con una sólida explicación en clave egiptológica ofrecida por el atlantólogo hispano-cubano Georgeos Díaz-Montexano en un artículo titulado Los modernos artefactos de guerra del templo de Abydos: ¿profecías del futuro o un error de interpretación?, disponible en su sitio web (www.GeorgeosDiazMontexano.com). Este documento, ya publicado en 1995, deja bien a las claras que el resultado final que cualquier turista puede apreciar en el interior del templo no es más que un capricho del destino, al quedar expuestas partes de dos inscripciones distintas en un mismo espacio. Pero centrémonos ya en las razones expuestas por Díaz-Montexano.

En primer lugar, hay que resaltar que el templo de Abydos fue obra del faraón Seti I (el que primero mandó grabar o pintar las inscripciones), pero que luego su propio hijo Rameses (o Ramsés) II se “apropió” de esta construcción e hizo escribir su nombre sobre otras inscripciones previas, y esto es lo que ocurre específicamente en este caso.

Díaz-Montexano observó con agudeza que las figuras en cuestión no habían sido objeto de una manipulación o fraude moderno[6], sino que estaban así desde los tiempos faraónicos, y al contemplar la totalidad del friso –¡no sólo aquel fragmento!–  pudo apreciar que en efecto se daba allí la conjunción de dos inscripciones perfectamente legibles. Así, en un examen detallado pudo reconocer que se había superpuesto una inscripción de Rameses II sobre otra de su padre Seti (porque normalmente lo más nuevo debe estar por encima de lo más viejo). Esta práctica fue una costumbre habitual en Egipto, y tenía como fin borrar u oscurecer el nombre de los gobernantes anteriores, ya fuera para apoderarse de sus logros o para eliminar completamente su memoria por motivos políticos o de otra índole[7].

Estatua colosal de Rameses II
Así pues, el gran faraón Rameses, célebre por sus hazañas bélicas y por su esplendor monumental, no tuvo demasiados escrúpulos en usurpar la autoría del templo a su padre (o compartirlo, en el mejor de los casos) y colocar toda su titulación oficial por encima de la inscripción paterna. La propia egiptología ya sabía de este proceder; en palabras del egregio egiptólogo Sir Wallis Bugde: “...Rameses se dedicó a reparar los templos de Egipto y se preocupó de que su nombre figurara en una posición prominente en cada edificio que tocaba, Usurpó los monumentos de manera vergonzosa, y como resultado de sus restauraciones, han desaparecido, en muchos casos, completamente los nombres de sus fundadores...”

De este modo, con sus conocimientos de la lengua jeroglífica, Díaz-Montexano pudo dar con la clave del enredo, o sea, lo que no se suele explicar porque puede parecer demasiado técnico o culto para el público no versado en egiptología. Pero precisamente considero que –a pesar de esa dificultad (yo mismo desconozco el lenguaje y la escritura jeroglífica, aparte de unas nociones muy elementales)– es de justicia explicar las cosas tal como son para arrojar luz en un sentido u otro. Creo que esta es la posición científica correcta, ya que sin investigación, ni razonamientos ni pruebas, nos movemos en la penumbra y la incertidumbre, y esto debe aplicarse a todas las partes por igual en la controversia de los ooparts.

Cito pues la exposición del autor hispano-cubano sobre la porción de texto en que se produce la superposición:

“La misma comienza con el último subtítulo o subnombre que suele suceder al tercer nombre del rey HORNEBU, “Horus dorado “, y termina con el inicio del cuarto nombre de rey NESUT BITY, “Rey del Alto y Bajo Egipto”, compuesto por un tallo de “caña” y una “abeja “, ambos sobre un “montículo de tierra” o “tarta”. Ambos textos (el de Seti I y el de Ramsés II) fueron escritos de derecha a izquierda. El texto original puede reconstruirse como MAK IEPET - WAFU JASUT, “Protector del Templo (¿Abydos?) y Opresor de las Naciones” (nueve naciones), y el texto superpuesto se corresponde con el subtítulo DER PESEDYET PEDYUT, “Opresor de los Nueve Arcos (nombre tradicional dado a los países vecinos de Egipto) o de las Naciones del Mundo”.

De esta manera, el “tanque de guerra” es producto del jeroglífico fonético de la mano d de la palabra der (“opresor”) que ha quedado superpuesto sobre el jeroglífico que reproduce los sonidos iem o m y que se asemeja a un “cincel” o “cepillo” de carpintero visto de perfil. Éste reproduce el primer sonido del vocablo mâk (protector).

El supuesto “avión” no es más que el resultado de la superposición del jeroglífico de la boca r de la misma palabra der sobre los jeroglíficos fonéticos del brazo con la palma de la mano extendida hacia arriba â y la vasija k de la palabra mâk.

Y el “helicóptero”, sin duda un sorprendente efecto producido por la superposición del jeroglífico del arco (Pedyet) sobre los jeroglíficos del brazo con una vara en la mano (determinativo o taxograma de “fuerza” o “esfuerzo”), parte del brazo con la palma extendida â y la parte correspondiente a la cabeza y el lomo del “polluelo” w, que juntos conforman el nexograma wa, iniciales de la palabra wafu, que al igual que der, significa “sojuzgar”, “dominar”.[8]
Para ilustrar y apreciar mejor esta secuencia mezclada, adjunto a continuación dos gráficos procedentes del citado artículo en los cuales se evidencia que se trata de dos textos distintos que se montaron posteriormente al deteriorarse la capa superior. En el primero de ellos (fig. 1) podemos ver a la derecha el texto original de Seti, con su titulación correspondiente: Protector del Templo y Sojuzgador de las Nueve Nacionesentretanto, a la izquierda, se representa la titulación de Rameses: Opresor de los Nueve Arcos (o Naciones). 

figura 1
En la segunda imagen (fig. 2), tenemos una representación del resultado de la fusión accidental de ambas inscripciones. A la izquierda se muestra cómo se pueden ver en la actualidad e in situ los signos jeroglíficos en aquella parte del friso y a la derecha cómo se verían íntegramente sin ningún tipo de mutilación o deterioro. 

figura 2
Dicho todo esto, entiendo que esta estéril polémica debería estar ya superada y que algunos furibundos alternativos deberían bajarse del burro y reconocer el peso de los argumentos y las pruebas. Por tanto, no tiene ningún sentido seguir incidiendo en este auténtico despropósito, que –al mostrar tan crudamente su ignorancia, salida de tono y falta de criterio– mancha la buena imagen de muchos otros esfuerzos heterodoxos que tratan de dignificar la investigación en el campo de la arqueología alternativa.

El Osireion de Abydos
Quien esto escribe considera que ya es hora de situar la cuestión de los ooparts en un ámbito serio y riguroso, pero sin prejuicios ni fronteras. Lo cierto es que existen otros ooparts muy singulares en Egipto e incluso contemplo la posibilidad de que la propia escritura jeroglífica tal vez no haya sido correctamente interpretada. Pero nada de esto tiene que ver con supuestos helicópteros ni tanques. Y, por cierto, vale la pena mencionar que, puestos a ver ooparts, allá mismo, al lado del templo de Seti I, se erige el llamado Osireion, una obra atribuida a Seti por pura proximidad, pero que no contiene ningún jeroglífico, está construida en un estilo completamente distinto (con grandes bloques megalíticos de granito) y está varios metros por debajo del nivel del templo de Seti, lo que indica una mayor antigüedad.

A este respecto, es muy significativa la opinión del investigador alternativo Robert Bauval (de una entrevista concedida a la revista Dogmacero, en 2013):

“No hay duda de que es un monumento muy diferente a los que solemos encontrar en el Antiguo Egipto. [...] Por ejemplo, el templo de Seti I, justo al lado del Osireion, está repleto de relieves y jeroglíficos, mientras que el Osireion no tiene ni una sola inscripción, y además está construido con bloques gigantescos de granito, muy similares a los utilizados en Guiza, en especial en el Templo del Valle de Khafre. Se ha sugerido en los últimos tiempos que el Osireion podría pertenecer también a la IV dinastía, pero en mi opinión todos estos monumentos serían de una fase anterior a esta dinastía. Sabemos que en la IV Dinastía el uso de los jeroglíficos estaba extendido, como podemos ver en otros monumentos de Guiza (por ejemplo, en mastabas). ¿Por qué entonces estas construcciones carecen de jeroglíficos? [...] Además, existe un elemento curioso acerca del Templo del Osireion: el templo de Seti I, que está justo al lado, está mucho más elevado, al nivel del suelo actual. Esto se debe a la acumulación de sedimentos del río Nilo, que produjo una progresiva elevación del terreno. En cambio, el nivel del suelo original del Osireion se presenta varios metros por debajo, como también observamos en yacimientos como Nabta Playa. Por lo tanto estamos hablando de una fase muy anterior en la historia, de milenios o por lo menos siglos. Todas estas cuestiones deben ser abordadas sin el sesgo que los egiptólogos han vertido sobre estas construcciones, fijando una cronología basada en los monumentos cercanos, aun cuando no tienen nada que ver el uno con el otro. Cualquier ingeniero o arquitecto que vaya a este lugar, sin influencia alguna de la Egiptología, y vea estos dos monumentos, concluirá que corresponden a dos tipos de construcción, de ideología y de época muy diferentes.”
En fin, mucho me temo que tanto egiptólogos académicos como algunos fantasiosos autores alternativos están errando completamente el tiro a la diana. Más bien da la impresión de que los secretos o misterios aún no revelados del pasado más remoto tienen muy poco que ver con las versiones estereotipadas de la Antigüedad o con la visión distorsionada de nuestro mundo moderno, y así nuestros ojos nos seguirán engañando hasta que no aprendamos a percibir o imaginar otras realidades.

© Xavier Bartlett 2016 

Fuente imágenes: Wikimedia Commons y artículo de G. Díaz-Montexano


[1] Contracción de la expresión anglosajona “out of place artefacts”, o sea artefactos fuera de lugar (o de tiempo, para ser más precisos).

[2] Para añadir más confusión al asunto, en un libro sobre misterios del pasado (titulado “Enigmas de la humanidad”) se afirma que existe un cuarto objeto moderno, un “buque cañonero” (sic), pero pese a mis ímprobos esfuerzos no he podido identificar tal buque en el controvertido fragmento.

[3] Ambos investigadores son muy conocidos por haber popularizado como ooparts las famosas “bombillas de Dendera” (también en Egipto) o por haber estudiado las misteriosas pirámides chinas, sugiriendo que podrían ser de origen extraterrestre.

[4] Algunos expertos incluso se aventuraban a relacionar esta figura con los helicópteros de tipo Apache empleados por los norteamericanos.

[5] Para más detalle de las figuras, véase el breve vídeo de Nacho Ares realizado en templo de Abydos, disponible en: http://www.nachoares.com/dentro_piramide/el-templo-de-abydos/

[6] Al principio, muchos escépticos simplemente afirmaron que las imágenes presentadas habían sido retocadas o falsificadas, hasta que la final se tuvo que reconocer que no había existido ningún fraude físico, sino una interpretación fuera de lugar.

[7] Esta práctica se llama palimpsesto y también fue utilizada en otras civilizaciones antiguas. Incluso en nuestra época contemporánea se sigue borrando, rescribiendo o modificando inscripciones y monumentos por razones ideológicas.  


[8] Díaz-Montexano, G. Los modernos artefactos de guerra del templo de Abydos: ¿profecías del futuro o un error de interpretación. (páginas 2-3). 
Del sitio web: www.GeorgeosDiazMontexano.com.

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