miércoles, 23 de marzo de 2016

En busca del auténtico “hombre-mono”



Introducción



Como es bien sabido, el paradigma darwinista actual nos habla de un desarrollo progresivo de los homínidos a lo largo de millones de años de evolución, de tal modo que una cierta rama de primates se separó del tronco común y fue a desembocar en nuestra especie actual, el Homo sapiens. Por lo menos esto es lo que se da por hecho y probado, aunque tal vez la realidad científica no sea tan nítida. Lo que sucedió en realidad desde finales del siglo XIX es que, como el edificio teórico imponía un proceso gradual –y no saltos milagrosos[1]– los paleoantropólogos fueron a la búsqueda de esa especie o especies intermedias que llenaran el gran hueco entre el simio y el hombre moderno inteligente (y sólo faltaba decir “blanco y civilizado”).

Pero lo cierto es que las cosas no resultaron tan fáciles como se podía esperar. El estudio del registro fósil dio resultados escasos, confusos, incompletos y muchas veces contradictorios[2], dándose un amplio grado de “interpretación” de los restos a fin de encajar las pruebas con la teoría. Al final, tras siglo y medio de investigaciones, parecen haberse consolidado, por un lado, una familia de diversos australopitecos y afines (a los que se les atribuye los primeros rasgos “humanos”[3]), y por otro, una familia de humanos, esto es, el género Homo desde sus variantes más primitivas hasta las más modernas. Y en medio... ¿quién? ¿o quiénes?

Al principio de la investigación paleontológica existió una obsesión casi enfermiza por encontrar esa pieza intermedia, con características simiescas y humanas, a partes más o menos iguales. Así, Eugene Dubois, se apresuró a bautizar a un cierto homínido de Java como pitecántropo, esto es “hombre-mono”, aunque luego tal ejemplar se encajó en la genérica categoría del Homo erectus, presente en gran parte del planeta, un humano ciertamente tosco y primitivo, pero que nadie confundiría con un ser simiesco. Luego prosiguieron los esfuerzos por encontrar esos famosos eslabones perdidos e incluso se llegó a crear una burda falsificación (el célebre “Hombre de Piltdown”), cuya validez fue reconocida por numerosos expertos de la época –a inicios del siglo XX– hasta que casi medio siglo después las pruebas científicas desmontaron el pastel. Y bien es cierto que los más recientes descubrimientos de homínidos muy peculiares como el Homo floresiensis o el Homo naledi[4] no han hecho que enredar o confundir aún más el panorama.

En todo caso, una cosa parece estar clara para el estamento científico ortodoxo: que separar lo simiesco de lo humano (o “poner fronteras”) no resulta tan fácil y que el camino evolutivo humano, más que una cadena lineal de eslabones, aparece como un frondoso arbusto con múltiples ramas, conexiones, y vías muertas. Además, se da por hecho que la selección natural llevó a la extinción a esas especies intermedias entre el simio “puro” y el humano moderno por obra y gracia de la competencia y la supervivencia de los más aptos. Sin embargo, desde hace ya varias décadas, algunos autores alternativos y unos pocos científicos disidentes vienen  defendiendo una propuesta que podría ser al tiempo herética e inquietante: los “hombres-mono”, esos seres que encajarían en el concepto de “ser intermedio”, ciertamente existieron... y, lo que es más, todavía existen en lugares recónditos de nuestro planeta. Vamos pues a adentrarnos en el fascinante campo de la criptozoología[5]: la identificación de animales extraños, desconocidos o considerados extinguidos en tiempos muy remotos, porque quizá entre ellos podríamos hallar algunas respuestas sobre la condición humana.

Del folclore a la realidad del hombre-mono


En cuanto uno se pone a investigar someramente el tema, descubre sin esfuerzo que desde hace miles de años existen tradiciones orales en muchos pueblos nativos de diversas partes del mundo que hablan de la existencia de seres medio humanos medio simios que viven en un entorno completamente salvaje. Sin ánimo de ser exhaustivos, vamos a citar algunos de estos casos y luego exploraremos más en detalle los tres más significativos, el yeti, el almas y el sasquatch, con la aportación de datos plenamente científicos.

Por ejemplo, en África existen historias sobre los chemosit; en Australia, sobre los yowies; en ciertas regiones amazónicas se habla de los maricoxi y de los dwendis; en China, de los maoren; en Malasia, de los batutut; en la selvas de las regiones ecuatoriales, de los agogwe o sedapa, y un largo etcétera. Y por supuesto, en Norteamérica tenemos las incontables leyendas o relatos sobre el sasquatch (también denominado bigfoot), en la cordillera del Himalaya tenemos al no menos famoso yeti (o “abominable hombre de las nieves”) y en amplias zonas del Cáucaso y de las estepas siberianas tenemos otros homínidos llamados almas o kaptars. Y lo que es más, las tradiciones o mitos acerca de estos seres no se limitan a comunidades relativamente primitivas, sino que ya algunos pueblos civilizados del Mundo Antiguo, como los griegos, romanos, etruscos o cartagineses habían tenido contacto con estas criaturas y en algún caso las habían representado en su arte[6].

Sin embargo, lo que es muy significativo es que los nativos de estas zonas (casi siempre áreas selváticas, agrestes o montañosas) no hablan de estos seres como cosa de un pasado lejano o mítico sino como de una realidad física que lleva conviviendo con ellos desde tiempos inmemoriales y que todavía hace acto de presencia en contadas ocasiones. Eso sí, esta presencia raras veces interfiere en su vida cotidiana, lo que da a entender que estos seres saben bien de la existencia del humano, de sus costumbres y reacciones, y procuran en lo posible mantenerse bien alejados de las zonas habitadas, rehuyendo el contacto directo de forma intencionada, a menos que tengan algún interés en rapiñar comida y poco más. Otra cosa serían los encuentros fortuitos en que los hombres, por los motivos que fueren, se acercan o se adentran en las zonas habitadas por estos seres.

Por poner sólo un caso típico, en una región selvática del sur de México se conoce a un ser llamado el sisimite, que –más allá de ser un cuento o una leyenda– se presenta a los nativos como algo tangible que ha sido descrito a partir de encuentros esporádicos. Así, se dice este hombre-mono vive en las montañas, es salvaje y de gran tamaño, y está recubierto un grueso pelaje. No tiene apenas cuello, tiene ojos pequeños, largos brazos y enormes manos, y sus pisadas tienen el doble de tamaño que las de un humano normal.

Moldes de pisadas de "sasquatch"
En todo caso, es oportuno remarcar que el tema de los hombres-mono no sólo se limita a las “tradiciones populares”, sino que desde hace algunas décadas muchos estudiosos de diversos países han podido seguir el rastro de estos seres, lo que incluye –como veremos– avistamientos en su entorno natural, observación de ejemplares capturados o muertos y recolección de pruebas, principalmente en forma de huellas sobre el terreno. Entretanto, como suele ser habitual con las anomalías incómodas, la ciencia ortodoxa ha ignorado o ridiculizado el tema, aduciendo que se trata de antiguas creencias, de fraudes o de meras confusiones con grandes mamíferos, principalmente el oso.

El escurridizo yeti o “abominable hombre de las nieves”



Sin duda, uno de los hombre-mono más citados popularmente es el yeti o migo, un homínido que supuestamente habita en las montañas del Himalaya, principalmente en el Nepal. Para ser exactos, las tradiciones locales hablan de más de un tipo de estos seres, que agrupan bajo la expresión yah-teh, que vendría a traducirse como “hombre salvaje que vive en las rocas”. Así pues, tendríamos primero unos seres denominados metrey, de una altura relativamente baja, caníbales y agresivos hacia el hombre. Luego existirían los chutrey, imponentes homínidos de unos 2,50 metros, comedores de mamíferos de gran tamaño. Finalmente, quedaría el theima, un homínido herbívoro que habitaría zonas boscosas por debajo de las nieves. Por cierto, es de justicia señalar que los propios indígenas afirman que estos seres son vistos en zonas de media altura (entre los 3.500 y los 5.500 metros), raramente en las zonas más altas de las montañas, por lo que el apelativo de “abominable hombre de las nieves” vendría a ser más bien una leyenda creada por el hombre blanco.

Según las descripciones dadas por los nativos nepalíes, el aspecto del yeti –teniendo en cuenta sus variantes– sería el de un hombre-mono de entre uno y tres metros, totalmente recubierto de pelo (que va del gris al rojizo), muy robusto, con cráneo apuntado, largos brazos, fuertes manos y enormes pies. En cuanto a su locomoción, se desplaza sobre las dos extremidades inferiores, si bien a veces recurre a la ayuda de las superiores. Este ser es temido y venerado por la población local e incluso en algunos monasterios se conservan reliquias atribuidas a éste, pero los pocos restos analizados han resultado ser de otros animales.

Sea como fuere, el yeti sigue siendo un ser enormemente escurridizo, que no ha dejado más que testimonios de avistamientos lejanos y las habituales huellas sobre la nieve. Los investigadores occidentales llevan mucho tiempo persiguiendo sin éxito a este ser, que para la ciencia ortodoxa no es más que un mito o una simple confusión con algún mamífero de gran tamaño. Con todo, existen numerosos los informes sobre la presencia del yeti, que se remontan al siglo XIX. Así, en 1832 el naturalista inglés B. H. Hodgson dejó escrito en su diario que sus porteadores se habían asustado al ver un “demonio peludo, sin cola”. También existe una referencia a un encuentro fugaz en 1906, en que el botánico Henry Elwes aseguró haber visto a un “bípedo peludo”. Más adelante, en 1925, otro botánico, A. N. Tombazi, pudo ver durante unos minutos en el monte Kabru a un ser de aspecto humanoide que caminaba erguido y arrancaba raíces y arbustos.

Paisaje montañoso del Himalaya (Nepal)
Pero lo más habitual ha sido el descubrimiento –y eventual registro– de pisadas sobre la nieve a unas alturas que oscilan entre los 4.000 y los 5.000 metros aproximadamente. En este sentido, tenemos ya noticias en 1886, cuando el explorador británico Myriad halló unas huellas a 4.700 metros de altitud en el Himalaya Sikkim. Y sobre todo son destacables las fotografías de huellas de un homínido de gran tamaño, tomadas en el glaciar Menlung (entre el Nepal y el Tibet) por el británico Eric Shipton en 1951, las cuales resultaron muy convincentes para los estudiosos del tema. En general, los testigos coinciden en destacar que las huellas documentadas no pueden ser de animales pero tampoco de seres humanos, pues aunque tienen forma muy similar a las humanas son bastante más grandes, alcanzando en algunos casos casi los 50 centímetros, lo que da una idea de su tremenda estatura.

Así pues, en resumen, tenemos bastantes testimonios de encuentros y hallazgos de huellas, pero lamentablemente no ha aparecido ningún ejemplar vivo o muerto para ser examinado científicamente y tampoco material fotográfico que pueda considerarse concluyente[7]. Además, por desgracia, el sensacionalismo, el fraude y los rumores infundados no han ayudado a establecer una investigación seria y rigurosa.

El almas de las estepas



En toda la extensa región del Cáucaso, Siberia, el Asia central y buena parte de China han existido desde hace siglos múltiples historias y leyendas sobre hombres-mono, a los cuales se les ha dado diversos nombres, siendo el más habitual el almas. Según la información que han recogido los expertos, estaríamos hablando de un homínido de tamaño similar o un poco inferior a la media humana y de aspecto mucho más próximo al H. Sapiens que otros hombres-mono. Al parecer estos almas se pueden encontrar prácticamente desde Mongolia hasta prácticamente la Rusia europea, siendo la región siberiana donde mayor número de casos se han identificado.

Los primeros encuentros con el almas documentados “oficialmente” datan del siglo XX y fueron protagonizados mayormente por militares. Así, por ejemplo, en 1925, el mayor-general Mikhail S. Topilski iba persiguiendo con sus tropas a unos guerrilleros anti-soviéticos en la cordillera del Pamir (en el Tayikistán) y al dar con ellos en una cueva, un superviviente le dijo que habían sido atacados por unas criaturas simiescas. Topilski ordenó excavar la cueva y se halló el cuerpo de una de estas criaturas, que a primera vista parecía un simio, todo recubierto de pelo. Sin embargo, el propio Topilski apreció luego que el cuerpo era más bien como el de un hombre muy fuerte y robusto. El médico que acompañaba a las tropas inspeccionó el cadáver y finalmente concluyó que no se trataba de un ser humano.

Más adelante, en 1941, el teniente coronel médico V. S. Karapetyan, pudo proceder al examen de un ejemplar de almas capturado vivo en el Daguestán. Karapetyan describió al ser como un macho desnudo y descalzo, e indudablemente humano, dada su morfología general. Era robusto y estaba recubierto de un grueso pelaje marrón oscuro en la mayor parte de su cuerpo. Su altura era de 1,80 aproximadamente, bien por encima de la media de los habitantes locales. Pero al mirarle a los ojos Karapetyan no pudo apreciar “humanidad”, sino más bien la mirada vacía de un animal[8].

Ahora bien, quizá el caso más destacado se produjo durante el siglo XIX, aunque no fue investigado hasta los años 60 del pasado siglo. Según narra la antropóloga británica  Myra Shackley, en un momento indeterminado del siglo XIX unos campesinos capturaron viva a una hembra almas en los bosques del monte Zaadan (en el Cáucaso). Esta hembra, a la que bautizaron como Zana, estuvo encerrada durante tres años, pero luego la “domesticaron” e incluso le permitieron vivir en una casa. Su aspecto, según las descripciones, era el siguiente: de piel grisácea oscura, recubierta de pelo rojizo, más largo en la cabeza. Facciones duras, con una poderosa cara, mejillas marcadas, mandíbula prognata (adelantada), grandes cejas y mirada fiera. Podía articular algún sonido pero nunca fue capaz de desarrollar un lenguaje. Esta Zana finalmente mantuvo relaciones con un habitante del pueblo y tuvieron descendencia. Muchos años más tarde, en 1964, el investigador ruso Boris Porshnev tuvo la ocasión de conocer a los nietos de Zana, llamados Chalikoua y Taia, y describió que tenían la piel negruzca, de apariencia general negroide, con una prominente musculatura masticadora y fuertes mandíbulas.

Asimismo, en China existen abundantes relatos antiguos y referencias modernas acerca de hombres salvajes semejantes al almas. En casi todos estos casos se trataría de robustos seres de aspecto humanoide cubiertos de pelo rojizo, no más altos de 1,60 metros y que caminan erguidos. Se sabe que las autoridades chinas han recogido muchas pruebas sobre el terreno acerca de estos seres, pero más bien da la impresión de que los consideran como algún tipo de primate.

El sasquatch: el hombre-mono más estudiado



El investigador John Green con su colección de huellas de sasquatch
Todo lo visto ahora tiene un indudable peso, pero al hablar del sasquatch (o bigfoot) ya entramos en otro nivel, pues este espécimen viene siendo objeto de un exhaustivo estudio por parte de bastantes expertos occidentales –sobre todo estadounidenses y canadienses– desde hace muchas décadas y es la punta de lanza de los que quieren demostrar que existen homínidos no propiamente humanos pero tampoco simios.

El sasquatch ya era bien conocido por las tribus indias de la zona del noroeste americano, en particular la Columbia británica (Canadá) y los estados noroccidentales de los EE UU, y así los primeros cronistas de origen europeo ya recogieron varias leyendas sobre un ser humanoide peludo de gran tamaño, aunque las tomaron por simples cuentos o supersticiones sin fundamento alguno. Sin embargo, los encuentros reales entre los hombre blancos y estas criaturas se iban a ir sucediendo –y documentando– desde inicios del siglo XIX hasta prácticamente la actualidad.

Entre los primeros relatos, cabe destacar que el presidente Theodore Roosevelt dejó por escrito en su libro The Wilderness Hunter (1906) un encuentro sucedido a mediados del siglo XIX entre dos tramperos y una criatura no identificada, que asaltó su campamento varias veces y que acabó matando a uno de ellos. El trampero superviviente afirmó que las huellas dejadas por el asaltante parecían bastante humanas y mostraban un claro bipedismo. Años antes, en 1884, un periódico local de la Columbia británica anunció que se había capturado a una robusta criatura de escasa altura y peso que parecía humana si no fuera porque estaba del todo recubierta de pelo. Este ser, al que sus captores apodaron Jacko, no podía ser ni un gorila ni un chimpancé, según los que estudiaron el caso, pero lamentablemente nunca se supo nada más de la criatura.

El bigfoot filmado en 1967
Por otra parte, existen muchos casos de avistamientos muy claros, como el de 1901 en que un tal Mike King, un maderero que estaba trabajando en la isla de Vancouver, vio a una criatura humanoide enorme cubierta de un pelaje rojizo que estaba lavando raíces y colocándolas en orden en dos pilas separadas. En 1941, varios miembros de la familia Chapman observaron en Ruby Creek (Columbia británica) a un gran animal que salía del bosque para acercarse a su casa; al principio pensaron que era un oso, pero luego se dieron cuenta que era un humanoide de pelo marrón amarillento. En 1955, William Roe, también en la Columbia británica, pudo ver claramente a unos 70 metros a una criatura humanoide (hembra) de 1,80 metros recubierta de un pelaje marrón oscuro. Y ya en 1967, al norte de California tuvo lugar no sólo el avistamiento sino la breve filmación de una hembra sasquatch por parte de Roger Patterson y Bob Gimblin, que además tomaron moldes de las pisadas realizadas por la criatura[9]. Y sólo por citar un último encuentro impactante, en 1973 Alan Skrumeda se encontró frente a su coche con un ser bípedo peludo gigantesco, de aspecto humano y unos 2,70 metros en la provincia de Manitoba (Canadá central). Tenía la cara achatada y los ojos muy hundidos.

Pero ahí no acaba todo. También existe el asombroso relato de una persona que afirmó haber sido secuestrada en 1924 por un sasquatch, una vez más en la Columbia británica. Se trata del caso del leñador Albert Ostman, que estaba pasando unos días de reposo en un lugar llamado Toba Inlet, en compañía de un guía indio. Ostman relató que en plena noche había sido sorprendido en su campamento por una enorme criatura que lo levantó del suelo (cuando aún estaba en su saco de dormir) y lo arrastró lejos de allí. Finalmente, Ostman fue llevado ante otros especimenes similares, lo que parecía formar una “familia sasquatch”. Estuvo retenido durante seis días, hasta que por fin pudo escaparse, yendo a topar con unos leñadores que lo recogieron. Ostman nunca dijo nada sobre el suceso para que no lo tomaran por loco hasta que en 1957 se decidió a explicar la historia a un diario local. Según explicó, el padre mediría unos 2,40 metros y el resto de la familia unos 2,15 metros. Todos eran de complexión muy fuerte y estaban cubiertos de pelo. A Ostman estos seres le parecieron humanos, pero constató que no sabían emplear utensilios ni encender fuego; también resaltó que no mostraron agresividad hacia él.

John A. Bindernagel
Para el biólogo John Bindernagel, investigador del sasquatch, la ciencia no puede seguir mirando para otro lado. Según él, ya existen más de 3.000 informes de testigos oculares que han visto a estos seres o sus huellas en un periodo de más de 150 años. Asimismo, los testigos –la gran mayoría de ellos de fiabilidad y honestidad contrastada– se han mostrado repetidamente consistentes en las descripciones del ser: un animal gigantesco de morfología humana, cubierto de pelo, con un corto y grueso cuello. Además, ya se cuenta con un corpus de más de 100 moldes de pisadas de sasquatch catalogadas y archivadas en la Universidad de Idaho State por el profesor Jeffrey Meldrum.

Otros investigadores se han acercado al tema desde un gran escepticismo pero han acabado rindiéndose a la evidencia. Por el ejemplo, el anatomista inglés John R. Napier, reconoció que tantas falsificaciones (¡y tan buenas!) no tenían sentido alguno. A su juicio, muchas de las pisadas documentadas eran reales, de forma humana, y debían pertenecer a una especie aún no identificada que habita en el noroeste de EE UU y la Columbia británica. De igual modo, el antropólogo norteamericano Grover S. Krantz, en principio muy escéptico hacia todo el tema sasquatch, estudió en detalle las pisadas halladas en el estado de Washington y descubrió que el tobillo estaba en una posición más avanzada que en los pies humanos. Luego, teniendo en cuenta los informes sobre la altura y peso del sasquatch calculó en qué posición teórica debería estar el tobillo, dato que fue a coincidir con lo que se podía observar en los moldes de las huellas. En su opinión, esta característica sería muy complicada de falsificar.

Conclusiones



El estamento académico oficial sigue enrocado en la negación del fenómeno de los hombres-mono, y ello a pesar del conjunto de pruebas acumuladas hasta la fecha[10]. El antropólogo Krantz cree que la mayoría de científicos teme perder su trabajo o su reputación, o sea, la conocida conducta de “no meterse en líos”. Pero las pruebas están ahí y muestran con tozudez que existe una cierta variedad de homínidos salvajes no identificados en diversas partes del mundo cuya proximidad con la especie humana parece evidente.

Por supuesto, los problemas empiezan a la hora de tratar de definir o encasillar a estos seres, que comparten rasgos muy simiescos con otros plenamente humanos. Por de pronto, según los informes y relatos recogidos, incluyendo el testimonio de A. Ostman, todo parece indicar que estos humanoides carecen de lenguaje articulado y que no son capaces de fabricar herramientas (por simples que sean) ni de dominar el fuego. En cuanto a su morfología y tamaño, gran parte de los hombre-mono son de altura similar o muy superior a la del hombre moderno, mostrando una gran fuerza y robustez.

Huellas de bigfoot en EE UU
Todo ello desbarata un poco la tesis propuesta por algunos autores de que podría tratarse de restos de poblaciones marginales de homínidos (supuestamente) extinguidos como el Homo erectus, el heilderbergensis o el neandertal. Se sabe que todos ellos, pese a su aspecto primitivo, eran capaces de fabricar herramientas y usaban el fuego. Además, en lo físico, eran de una altura similar o ligeramente inferior al Homo sapiens[11]. Y, en fin, recientemente el neandertal está siendo cada vez más reivindicado como un ser mucho más capaz e inteligente de lo que se había mostrado en los primeros estudios prehistóricos.

Otros investigadores, como B. Heuvelmans, han apostado por la tesis del “gran simio”, esto es, que tal vez el hombre-mono sea un descendiente de primates de gran tamaño y de tiempos muy remotos, como el llamado  gigantopithecus. John Bindernagel remarca en cambio que no hay grandes simios en el continente americano que pudieran relacionarse con el sasquatch y que algunos de sus rasgos anatómicos no son propios de los simios sino de los humanos, con lo cual estaríamos hablando de algo realmente peculiar. Bindernagel sugiere que quizá estos seres no son bienvenidos por que podrían parecerse a un cierto "eslabón perdido", algo realmente intermedio entre el humano y el simio, y que tal vez el evolucionismo no sabría como explicar o encajar en sus dogmas teóricos establecidos.

En cualquier caso, la controversia está servida y lo cierto es que no tenemos aún datos sólidos y suficientes para establecer qué son exactamente estos seres, qué parentesco o relación genética tienen con nosotros (si es que la tienen) y que relación guardan con los otros supuestos antepasados del Homo sapiens. Esperemos que algún día la ciencia pueda disponer al fin de un ejemplar de hombre-mono y proceda a analizar su ADN para extraer algunas conclusiones. Tal vez nos llevaríamos una sorpresa... o más de una.

© Xavier Bartlett 2016


Bibliografía y referencias



BENÍTEZ, J. J. Mis enigmas favoritos. Plaza & Janés. Barcelona, 1993. pp 135-141.


BINDERNAGEL, J. “The Sasquatch: an unwelcome and premature zoological discovery?” Journal of Scientic Exploration, Vol. 18, No. 1, pp. 53–64, 2004


CANTAGALLI, R. Sasquatch, enigma antropológico. Ed. ATE, Barcelona.


CREMO, M; THOMPSON, R. Forbidden Archaeology: The Hidden History of Human race. Torchlight Publications, 1994.


KEEL, J. A. El enigma de las extrañas criaturas. Ed. Mitre. Barcelona, 1987.





[1] No obstante, la posibilidad de que se hubiesen dado esos saltos más o menos bruscos, que explicarían muchas discontinuidades del registro paleontológico, fue apuntada por el científico Stephen Jay Gould como algo viable biológicamente, aunque desde luego con carácter excepcional, no habitual.

[2] Evito entrar aquí en la vieja polémica sobre la ocultación o tergiversación de datos y hallazgos, ya sea de forma consciente o inconsciente, que algunos críticos antievolucionistas –como Michael Cremo– ponen de manifiesto como muestra de que la ciencia oficial usa filtros cognitivos para ignorar o rechazar toda prueba objetiva que no cuadra con el marco teórico evolucionista.

[3] Algunos científicos disidentes consideran que se han manipulado –de forma consciente o inconsciente–las reconstrucciones de estos homínidos y que en realidad eran unos simios más, apenas más próximos a los humanos que los actuales chimpancés.

[4] Véanse mis respectivos artículos sobre ambos especimenes en este blog.

[5] Término acuñado por el zoólogo francés Bernard Heuvelmans, que literalmente significa “estudio de los animales ocultos”.

[6] Por ejemplo, en un bol de plata etrusco tenemos la imagen de un hombre-mono junto a caballos y cazadores humanos.

[7] Sobre este punto, cabe destacar que en 1986 el británico Anthony B. Wooldridge no sólo fotografió huellas del yeti, sino que –siguiendo su rastro– pudo llegar a unos 150 metros del ser y obtener algunas fotos distantes que mostraban una figura humanoide, recubierta de pelo oscuro, de unos 2 metros de altura. No obstante, su material no tuvo ningún impacto en la comunidad científica, a excepción de algunos especialistas “buscadores de hombres-mono”.

[8] En cuanto al destino de este ser, la investigadora británica Myra Shackley apunta que, según ciertos relatos publicados, fue fusilado por las tropas soviéticas en su retirada, ante el avance de los ejércitos nazis.

[9] Sobre esta filmación siempre ha existido mucha polémica, y la ciencia oficial la considera un mero fraude. Sin embargo, algunos expertos le dan el beneficio de la duda, considerando que todo es demasiado meticuloso y realista (incluidas las pisadas) y que si es un fraude, sería una obra maestra del engaño.

[10] En la estrategia de la negación se ha llegado a hablar incluso de experiencias alucinatorias por parte de los testigos. Así, la directora del Museo de Antropología de la Universidad de la Columbia británica, Marjorie Halpin, aseguró que “las experiencias alucinatorias eran experiencias aceptadas como reales por el experimentador pero no eran compartidas con otros. Mientras el sasquatch sea una experiencia personal antes que una experiencia sancionada colectivamente, será considerada como alucinatoria, tal como es definida por la cultura occidental.” Sin comentarios...  


[11] Esta es la versión oficial evolucionista, pero algunos investigadores, como el profesor Berger, de Sudáfrica, creen que hubo homínidos de gran altura en un pasado muy remoto, una especie de periodo de gigantismo. De todos modos, es muy difícil conectar fiablemente esta propuesta con el tema de los hombre-mono, principalmente a causa de la escasez de pruebas.

martes, 8 de marzo de 2016

Igueste, ciudad de gigantes





No es ninguna novedad afirmar que en casi todos los rincones del planeta existen ricas mitologías acerca de unos enormes seres humanoides, mucho más altos y fuertes que los hombres “normales”, que responden al nombre popular de gigantes. Estos seres, en efecto, formarían parte del folclore, la tradición y la literatura, y la moderna ciencia considera que allí deben quedarse pues no hay pruebas científicas sobre su supuesta existencia, aún en un remoto pasado. Sin embargo, en los últimos años, varios investigadores alternativos –principalmente del ámbito anglosajón– han ido recopilando abundante información sobre la existencia real de estos gigantes en diversas partes del mundo, y sobre todo en Norteamérica.

Así, hoy en día se puede afirmar que los restos o indicios de gigantes no son meros fraudes, errores o confusiones. Si bien se puede aceptar que la mala fe o la ignorancia han jugado malas pasadas, no es menos cierto que desde el siglo XIX se han ido encontrando huellas, artefactos, huesos e incluso momias o esqueletos completos pertenecientes a seres humanoides bien por encima de los 2,20 metros, sobrepasando algunas veces los 3 metros, por no hablar de alturas aún superiores... o muy superiores.

Desgraciadamente, estas pruebas han desaparecido o no están disponibles al público e investigadores a causa de diversos criterios culturales o museísticos, lo que ha fomentado las sospechas de algún tipo de ocultamiento por razones no explicadas. (¿Tal vez el miedo a que ciertas pruebas pudieran desmontar la teoría de la evolución, en particular sobre el ser humano?) En cualquier caso, el tema sigue envuelto en un aura de sensacionalismo, opacidad y falta de pruebas fehacientes.

Con todo, en este difícil contexto es de agradecer que aparezcan nuevos datos sobre la cuestión y que se expongan a la luz pública, para que la población en general pueda formarse una opinión contrastada y para que el mundo académico despierte de una vez y se implique en el estudio del tema, sin prejuicios ni arrogancias intelectuales.

Los que siguen este blog sabrán que ya dediqué un amplio artículo a la posible existencia de gigantes en tiempos remotos –y no tan remotos– como uno de los temas más oscuros y polémicos de la arqueología alternativa. Lo cierto es que en este campo no había realizado ningún estudio a fondo (y sobre el terreno), pero a finales del pasado año 2015 tuve la oportunidad de participar en un proyecto liderado por el investigador independiente Manuel Fernández Saavedra, que decía haber identificado un notable yacimiento prehistórico en Igueste (en la costa este de la isla de Tenerife, en las Canarias).

Este yacimiento, que es del todo desconocido o ignorado por la ciencia oficial, contiene restos que podríamos asignar a la antigua cultura local guanche, pero también muestra un insospechado horizonte mucho más antiguo en que aparecen rastros de una cultura humana de seres de enorme altura. De este modo, detrás de un paisaje aparentemente agreste y completamente natural, Manuel Fernández ha descubierto trazas de la intervención de una raza de gigantes que eran capaces de modelar el paisaje a su antojo, de construir estructuras de gran tamaño, como muros y presas realizados con grandes piedras  y argamasa, y de fabricar artefactos de piedra muy semejantes a los conocidos por la Prehistoria “convencional”... pero en un tamaño descomunal. Además, han aparecido otros restos tan significativos como pisadas humanas de gran tamaño, de individuos con seis dedos en los pies, un rasgo típico observado en muchos esqueletos de gigantes.

Así pues, decidí trasladarme a Tenerife para ver por mí mismo lo que Manuel Fernández me había presentado someramente en un encuentro previo en Barcelona. De este modo, tuve la ocasión de emprender una exploración de campo para observar el yacimiento y verificar las audaces propuestas planteadas como hipótesis de trabajo.

En conversación con Manuel Fernández Saavedra en Igueste
El fruto de esta colaboración quedó  plasmada en el documental que Manuel Fernández llevaba ya preparando desde hacía unos dos años y que muy recientemente ha sido publicado en el canal de su propio sitio web (bipolarypuntoes) y en el canal Caja de Pandora. En este vídeo se recoge mi experiencia en el yacimiento y se aporta una serie de breves entrevistas, en las cuales expongo mis puntos de vista, una vez reconocidos el terreno y los materiales (estructuras y artefactos).[1] Así pues invito a todos los seguidores de este blog a visionar este trabajado documental titulado Igueste, ciudad de gigantes (véase abajo) y extraer sus conclusiones acerca de lo que allí se expone.

Para concluir es preciso señalar que, naturalmente, la labor realizada hasta la fecha es tan solo preliminar y requiere de posteriores estudios específicos de tipo arqueológico y geológico para confirmar las hipótesis de trabajo, pero los restos físicos están ahí y no se puede mirar para otro lado. Ya va siendo hora de que este tema abandone su aura de oscurantismo, ocultación o negación y empiece a ser reconocido como un empeño científico totalmente serio y riguroso que haga reconsiderar todas las verdades que nos han vendido sobre nuestros orígenes. No sería la primera vez –ni la última– que alguien, desde fuera del estamento académico, da un toque de atención y aporta una visión revolucionaria capaz de romper el equilibrio del paradigma imperante.

© Xavier Bartlett 2016 

[Nota: Más adelante, muy probablemente, redactaré para este blog un amplio artículo sobre el tema de Igueste recogiendo con más detalle todos los trabajos realizados hasta la fecha y algunas cosas que se quedaron fuera del documental, más los recientes hallazgos efectuados por M. Fernández.]








[1] Debo aclarar que no suscribo ni comparto necesariamente todo lo que se dice en este documental, y que mi opinión sobre todas las cuestiones tratadas queda circunscrita a las entrevistas personales.